—¿Eres suya por voluntad propia? —exige Jackson, sus ojos azules están tan oscuros como las nubes sobre nuestras cabezas—. Dime. ¿Lo eres?
Jackson Vale. El adversario de mi jefe y el hombre en el que he pensado demasiado desde que nos presentaron la semana pasada.
—No soy suya —exploto indignada—. Tan solo soy su empleada. Yo no le pertenezco.
Y por alguna razón eso desencadena un destello de intensidad y... ¿satisfacción? en la expresión de Jackson. Muy bien, oficialmente me rindo a entender nada de esto.
Pero entonces Jackson se acerca y habla tan suave en mi oído que apenas puedo escucharlo por encima del sonido de la lluvia.
—Si tú me pertenecieras a mí, Señorita Cruise, no te verías tan disgustada. La verdadera pertenencia funciona en ambos sentidos. Tú me pertenecerías a mí, pero yo te pertenecería a ti también. Un concepto que lamento decir Bryce Gentry nunca ha entendido.
Mi aliento se agita y me alejo de la intimidad de su voz en mi oído, sólo para perderme en el azul oscuro de sus ojos.
—Déjame ir —susurro.
Lo hace, pero antes de irse, esos ojos inquietantes me atraviesan una última vez.
—Te volveré a ver pronto.
Y luego se da vuelta y se marcha por la calle empapada de lluvia, dejándome aquí, confundida y sin aliento.
Era mía y eso lo era todo.
Ese mes junto a ella es lo más cerca a la perfección que he estado en toda mi vida.
Pero lo perdí y todavía no sé la razón.
Aunque sospecho que tiene que ver con el bastardo de Bryce Gentry.
Algo que sí sé: No dejaré ir a Callie Cruise sin luchar.
Y ya es hora de que Gentry pague finalmente por sus muchos pecados.
Próximos libros:
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