lunes, 25 de julio de 2016

Trilogía Year Of The Billionaire - K.C. Falls


Él parecía ser el tipo de hombre que incluso mi madre llamaría ardiente. 

Eventualmente, lo hizo. Lucía como la clase de hombre que no sólo rompía las reglas, sino que hacía otras propias.

Lideraba y era seguido… o salías de su camino. ¿Por qué un millonario con una voz de seda líquida y un rostro de ángel malvado le daría una segunda mirada a una chica con pantalones corrientes, con un corte de cabello de quince dólares y un coche desvencijado que ella llamaba “Eep” porque la J se cayó hace mucho tiempo. No quería saber el motivo y cuando pensé que lo entendía no quería admitirlo. En el momento en que descubrí su secreto, ya era muy tarde. Su pasión era tan adictiva como una droga. Tampoco perjudicó que salvara del peligro a la gente que quiero. Una mujer puede acostumbrarse a un caballero de brillante armadura, incluso cuando dicha armadura tiene grandes abolladuras en ella.


Yo viajaba a toda velocidad a través del océano, a gran altura, a un destino desconocido a millas de distancia. Había traído un pasaporte y nada más. Parecía decidido a hacer que todo fuera nuevo en mi vida. Él me descubrió, quitando capa tras capa hasta que lo único que quedaba de mi era mi núcleo más íntimo. Sin embargo, no lo conocía. 
Locura es una buena palabra para describir el tipo de incertidumbre que viene con un hombre como Tristán King. Nunca supe lo que le día traería, pero me dispuse a esperar sorpresas. Ese fue el mayor problema. Administrar mis expectativas con un hombre que me había dicho que no podía tener ninguna.
Para una chica normal, estar con un hombre como él representaba una gran oportunidad. ¿Era realmente posible amar un día a la vez?


Simplemente llevar un millón de dólares es agotador. Pagar el rescate de mi madre era un alivio, pero tenía demasiado tiempo para pensar en ese viaje en ferry con Tristán. Él era más de lo que me había atrevido a esperar y menos de lo que merecía. Subestimé su poder y no le di suficiente importancia a su determinación. Me tenía en su avión de nuevo, volando y deseándolo. En consecuencia estábamos condenados. ¿Quién podría estar preparado para lo que tenía que decir? Yo no tenía la intención de obligarle a mantener su promesa. Cuando abrió la pesada puerta de su corazón los dos sabíamos que aquello iba a cambiar lo que teníamos. El problema era que yo todavía no tenía una palabra para definir qué era lo que teníamos. Nuestros cuerpos tendían a hablar por ellos mismos. A veces, me parecía que no había mucho más que decir.

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