jueves, 4 de enero de 2018

Crónicas del Señor de La Guerra - Bernard Cornwell


Los romanos por fin han abandonado Britania, y enseguida se ha desencadenado una lucha a muerte para cubrir el vacío de poder y, al mismo tiempo, los sajones aguardan en la frontera la ocasión para invadir el país. La muerte del rey supremo, Uther Pendragon, dejando como heredero al trono a Mordred, aún un bebé, no hace sino complicar la situación y acabar con el último atisbo de unidad. Sólo un hombre es capaz de hacerse cargo de la tutela del niño y evitar así que el reino caiga en manos de sajones o acabe arrasado por las luchas intestinas, y ese hombre es un hijo ilegítimo de Pendragon que vive en el exilio, un guerrero mítico protegido por el mago Merlín que responde al nombre de Arturo. Sumergirse en estas páginas es entrar en un mundo violento y despiadado, en una época convulsa de batallas, luchas y emboscadas, en las que de vez en cuando surgen personajes tan fascinantes como la reina Ginebra o el enigmático Lancelot, y el talento narrativo de Bernard Cornwell consigue que el lector sienta el peso de la cota de malla, oiga el fragor del combate y se lance a la carrera hacia un desenlace inesperado. En esta primera entrega de las Crónicas del señor de la guerra, Derfel, uno de los guerreros a las órdenes de Arturo que sirve de hilo conductor de la historia, adentra al lector en una época convulsa de sangre, fuego y acero.


Tras una época de precariedad y batallas, el bravo guerrero Arturo ha logrado instaurar la paz entre los reinos britanos, y todo parece apuntar a una felicidad perpetua: el trono de Mordred está a salvo, Ginebra lleva en sus entrañas al hijo de Arturo y Lancelot está a punto de casarse. Pero Arturo, con su arrogancia de soldado, ha desdeñado la influencia de los caprichosos dioses paganos y de su aliado Merlín.


En su anhelo por reunir de una vez por todas los trece objetos sagrados esparcidos por toda Britania, Merlín y Nimue encargan a Derfel Cardan que obtenga el último de ellos: la mítica espada del rey Arturo, Excalibur. Dos terribles luchas en las que la religión y la política están inextricablemente ligadas están a punto de resolverse.

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