jueves, 5 de enero de 2017

The Law of Moses - Amy Harmon


 Si te lo digo justo de frente, justo en el momento en que lo perdí, será más fácil para ti poder soportarlo. Sabrás lo que vendrá, y te lastimara. Pero podrás estar preparado.

Alguien lo encontró en un cesto de ropa en la lavandería, envuelto en una toalla, unas pocas horas de vida y cerca de la muerte. Lo llamaron el Bebé Moses cuando compartieron su historia en las noticias de las diez —el pequeño bebé dejado en una cesta en una sucia lavandería, nacido de una adicta al crack y se esperaba que tuviera todo tipo de problemas. Me imagine al bebé del crack, Moses, teniendo una gigantesca grieta que recorriera su cuerpo, como si lo hubieran roto en el parto. Sabía que no era lo que significaba el término, pero la imagen se me quedó grabada. Tal vez el hecho de que estuviera roto me atrajo hacia él desde el principio.
Todo sucedió antes de que yo naciera, y en el momento que conocí a Moses y mi mamá me contó todo acerca de él, la historia era noticia vieja y nadie quería tener algo que ver con él. La gente ama los bebés, incluso bebés enfermos. Incluso bebés del crack. Pero los bebés crecen para ser niños, y los niños crecen para ser adolescentes. Nadie quiere un adolescente en mal estado.
Y Moses estaba en mal estado. Moses era su propia ley. Pero también era extraño y exótico y hermoso. Estar con él iba a cambiar mi vida de una manera que nunca podría haber imaginado. Tal vez debería haberme alejado. Tal vez debería haber escuchado. Mi madre me lo advirtió. Incluso Moses me lo advirtió. Pero no me alejé.
Y así comienza una historia de dolor y promesas, de angustia y curación, de vida y muerte. Una historia de antes y después, de nuevos comienzos e interminables finales. Pero por sobre todo... una historia de amor.


Gané mi primera pelea cuando tenía once años, y he estado lanzando golpes desde entonces. La lucha es pura, verdadera, la cosa más elemental que hay. Algunas personas describen el cielo como un mar de color blanco interminable. Dónde coros cantan y seres queridos esperan. 
Pero para mí, el cielo era otra cosa. 
Sonaba como la campana en el inicio de una ronda, sabía cómo adrenalina, quemaba como el sudor en mis ojos y el fuego en mi vientre. Se veía como los desenfocados gritos de la multitud y un rival que quería mi sangre.
Para mí, el cielo era el octágono.
Hasta que conocí a Millie, y el cielo se convirtió en algo diferente. Yo me convertí en algo diferente. Sabía que la amaba cuando la vi de pie inmóvil en medio de una habitación llena de gente, personas moviéndose, zumbando, deslizándose a su alrededor, su postura de bailarina firme, su barbilla alta, con las manos sueltas a los lados. Nadie parecía verla en absoluto, a excepción de los pocos que la apretaban al pasarla, lanzando miradas exasperadas a su rostro serio. Cuando se dieron cuenta que ella no era normal, se alejaron. ¿Por qué era que nadie la vio, sin embargo, ella fue lo primero que yo vi? Si el cielo era el octágono, entonces ella era mi ángel en el centro de todo, la chica con el poder de derribarme y levantarme de nuevo. La chica por la que yo quería luchar, la chica que quería reclamar. La chica que me enseñó que a veces los más grandes héroes quedan olvidados y las batallas más importantes son las que creemos que no podemos ganar.

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